Cronología

“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”.

1889

El 6 de abril nace en Vicuña, pequeña ciudad del valle de Elqui (Chile), Lucila Godoy Alcayaga, en el número 759 de la calle Maipú, hoy denominada calle Gabriela Mistral. Su padre, Juan Jerónimo Godoy, es un maestro de escuela con una sólida formación en latín, griego, filosofía, literatura y teología, que además escribe versos, como los que dedica a su hija nada más nacer: «¡Oh dulce Lucila / que en días amargos / piadosos los cielos / te vieron nacer». Petronila Alcayaga, su madre, es una modista y bordadora. La niña es bautizada en la parroquia de Vicuña con el nombre de Lucila María. A los pocos días de su nacimiento la familia se traslada al pueblo de La Unión, conocido hoy como Pisco.

1891

Lucila crece en La Unión entre las canciones de cuna que su madre le canta para arrullarla y las ausencias del domicilio familiar de la figura paterna. Las canciones de cuna serán un elemento importantísimo en su poesía, composiciones que adquirirán protagonismo en su libro Ternura: «Porque duermas, hijo mío, / el ocaso no arde más: / no hay más brillo que el rocío, / más blancura que mi faz. // Porque duermas, hijo mío, / el camino enmudeció: / nadie gime sino el río; / nada existe sino yo».

1892

Juan Jerónimo Godoy abandona definitivamente a su familia cuando la pequeña Lucila cuenta con tan solo tres años, según algunos biógrafos de la escritora, por encontrarse sin trabajo como docente y no poder mantener el hogar. Petronila Alcayaga decide dejar La Unión y establecerse con Lucila en Montegrande, aldea en la que vive su otra hija, Emelina Molina Alcayaga —quince años mayor que Lucila y fruto de un matrimonio anterior—, que ejerce en la aldea como maestra rural. La figura materna será esencial en la infancia de la poetisa, como lo atestigua su composición en prosa «Evocación de la madre», una de las páginas más emotivas de su creación: «y a la par que mecías, me ibas cantando […]. En esas canciones tú me nombrabas las cosas de la tierra: los cerros, los frutos, los pueblos, las bestiecitas del campo, como para domiciliar a tu hija en el mundo».

1894

De la mano de su hermana Emelina recibe Lucila las primeras lecciones escolares y aprende a leer. Años más tarde reconocerá la importancia de la palabra de su hermana en su formación y le rendirá tributo en su poema «La maestra rural»: «La Maestra era pobre. Su reino no es humano. / (Así en el dolorso sembrador de Israel). / Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano / ¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!».

1896-1897

Lucila vive su infancia rodeada por las majestuosas montañas de los Andes en el valle de Elqui, su verdadera patria a la manera rilkeana, el lugar que siempre la acompañará y al que siempre querrá tornar a través de sus poemas: «Un río suena siempre cerca. / Ha cuarenta años que lo siento. / Es canturía de mi sangre, / o bien un ritmo que me dieron. / O el río de Elqui de mi infancia / que me repecho y me vadeo. / Nunca lo pierdo; pecho a pecho / como dos niños nos tenemos».

Las montañas, los ríos, el canto de los pájaros, conformarán su posterior universo poético. Los árboles, las flores, las semillas de fruta, las piedras de formas sugerentes serán los amigos, los juguetes de su infancia rural.

1898-1899

Las plantas, las flores y los animales que rodean la infancia de Lucila adquieren nombre propio de la mano de Adolfo Iribarren, quien enseña a la inquieta niña botánica, biología, geografía y astronomía. Los cuentos, fábulas y leyendas de la región, que conoce a través de los relatos de las gentes del lugar, completan su formación. De su infancia rural dirá Gabriela años más tarde que de volver a nacer no elegiría otro lugar para hacerlo «por conservar los sentidos vívidos y hábiles siquiera hasta los doce años y saber distinguir los lugares por los aromas; por conocer uno a uno los semblantes de las estaciones: por estimar las ocupaciones esenciales […] de los hombres: el regar, el vendimiar, el ordeñar, el trasquilar».

1900

Lucila abandona su adorado valle de Elqui para ingresar en la Escuela Superior de Niñas de Vicuña. La experiencia resulta traumática para la niña, pues es acusada de haber robado unos cuadernillos de papel y sus compañeras la apedrean. Lucila rehúsa defenderse, aunque es inocente, y abandona la escuela. A su regreso al hogar familiar pasa una época sin querer volver a estudiar. Se reencuentra con sus juguetes, sus amigos, su valle y la prodigiosa naturaleza del lugar.

1901

Lucila y su familia, compuesta por su madre y su hermana Emelina, abandonan el valle de Elqui y se desplazan a la población de La Serena, donde la figura de su abuela materna, Isabel Villanueva, cobra especial importancia en su formación al acercarle al estudio y conocimiento de la Biblia. Desde La Serena se traslada la familia a la población costera de Coquimbo, donde Lucila ve por primera vez el mar. La playa se convierte para ella en un nuevo espacio de libertad, en otro paraíso más de su infancia en comunión con la naturaleza: «Y ahora va a ser el único: / ni viñas ni olor de pueblos, / ni huertas ni araucarias, / sólo el gran aventurero. / Déjame, mama, tenderme, / para, para, que estoy viéndolo. / ¡Qué cosa bruja, la mama! / y hace señas entendiendo. / Nada como ése yo he visto».

1902

A sus trece años Lucila escribe sus primeros versos. La niña no vuelve a ser matriculada en el colegio y comienza su formación autodidacta.

1903

Comienza a trabajar como maestra en la escuela del pueblo de La Compañía Baja, próxima a La Serena; a esta profesión consagrará toda su vida: «¡Señor! Tú que me enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra. / Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes […] Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes».

1904

Conoce al periodista Bernardo Ossandón, quien le permite el libre acceso a su magnífica biblioteca, lo que será crucial en la formación de Lucila. En esta época se acerca a autores que ya nunca la abandonarán: como los novelistas rusos, el poeta Federico Mistral y el pensador francés Michel de Montaigne. El 30 de agosto aparece en el periódico El Coquimbo su primera publicación, el cuento «La muerte del poeta», que firma con su nombre verdadero.

1905

Decide formarse como maestra, para lo que solicita su ingreso en la Escuela Normal de La Serena, pero es rechazada por las ideas vertidas en sus artículos periodísticos, al ser consideradas ateas y revolucionarias, impropias de una maestra destinada a formar niños. No obstante, continúa dictando clases en la escuela de La Compañía, donde enseña a los niños durante el día y a los peones y obreros por la noche. Colabora en el periódico La Voz de Elqui aún bajo su nombre verdadero, aunque en algunas colaboraciones utiliza los seudónimos de Soledad, Alguien, Alma, x, Alejandra Fussler, y el que le acompañará más tarde para siempre, Gabriela Mistral.

1906

Su preocupación por la educación de la mujer se plasma en el artículo «La instrucción de la mujer» —que aparece publicado en La Voz de Elqui—, texto en el que solicita que las mujeres tengan derecho a la educación.

1907

Lucila es trasladada a la escuela de La Cantera, en un pueblo dentro de la provincia de Coquimbo. En este lugar conoce a Romelio Ureta Carvajal, empleado ferroviario que se convierte en su novio. Con el propósito de ganar dinero en las minas parte al norte, prometiéndole a Lucila que se casarían cuando volviera. A su regreso, acontecido al poco tiempo, se rompe la relación y Lucila debe sufrir la decepción de verse reemplazada por otra mujer: «Él pasó con otra; / yo lo vi pasar. / Siempre dulce el viento / y el camino en paz / ¡Y estos ojos míseros / lo vieron pasar!».

1908

Enseña en la escuela de La Cantera, villorrio cercano a Coquimbo. Posteriormente es nombrada secretaria en el liceo femenino de La Serena. Algunos de sus poemas son incluidos en la antología Literatura Coquimbana, preparada por Luis Carlos Soto, quien saluda a la nueva y prometedora poeta en un estudio que dedica a su obra. Por esta época Lucila se acerca a la obra de Rubén Darío, cuyos alardes verbales, ritmo musical y mundo de princesas versallescas la cautivan.

1909

Ejerce como maestra en la escuela de Cerrillos (Coquimbo). Continúa publicando en los periódicos El Coquimbo La Tribuna y comienza a colaborar en la revista Idea. Luego de haber sustraído dinero propiedad del ferrocarril del que era empleado, Romelio Ureta se suicida. En su chaleco se encuentra una tarjeta y una foto de la escritora, por lo que se la considera causante de esta muerte, lo que siempre negará Lucila, pues en aquella época ya no tenían ningún trato. La noticia impacta a la poetisa y la sume en un profundo dolor que se trasluce en «Los sonetos de la muerte», elegía en la que muestra su amor hacia Romelio y reclama el derecho a poseerlo al menos en la muerte: «Del nicho helado en que los hombres te pusieron, / te bajaré a la tierra humilde y soleada. / Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, / y que hemos de soñar sobre la misma almohada […] Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, / ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna / bajará a disputarme tu puñado de huesos!».

1910

Lucila realiza un examen en la Escuela Normal nº1 de niñas de Santiago con el fin de obtener el título de maestra, objetivo que finalmente alcanza. Tras este logro es destinada a la escuela rural de Barrancas, localidad situada al norte de la capital. Posteriormente pasa a ejercer como profesora de secundaria en el liceo de niñas de Traiguén, situado al sur del país en la zona conocida como Araucanía, y comienza una vida itinerante que la llevará en su profesión de maestra por diversas escuelas e instituciones del país.

1911

Lucila es trasladada al norte del país, a la región minera de Antofagasta, donde desempeña el cargo de profesora de geografía e historia. En agosto fallece, a la edad de 54 años, su padre.

1912

Un nuevo traslado lleva a Lucila cerca de la capital, para desempeñar su cargo de inspectora y profesora de geografía y castellano en el Liceo de Los Andes. Comienza para ella una etapa feliz y tranquila, en la que se dedica plenamente a su labor creadora. Publica algunos poemas en la revista Sucesos y contacta con Rubén Darío, quien en ese momento se encuentra en París y dirige la revista Elegancias.

1913

Lucila recibe de Rubén Darío una cálida respuesta que la llena de alegría: en la revista que dirige el gran poeta saldrán publicados su poema «El ángel guardián» y su cuento «La defensa de la belleza». Comienza a emplear su seudónimo definitivo, Gabriela Mistral, que alterna con su nombre verdadero, en publicaciones como la Revista de Educación Nacional y Norte y Sur.

1914

Bajo el nombre de Gabriela Mistral, que ya nunca abandonará, envía una colección de poemas titulada «Los sonetos de la muerte» a los Juegos Florales de Santiago, concurso organizado por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile. Gabriela obtiene el primer premio —consistente en una orquídea de oro, un diploma y una corona de laurel—, pero no lo recoge por recato, a pesar de asistir a la ceremonia de entrega, en la que se mantiene alejada como un espectador más. A partir de este certamen adopta definitivamente el seudónimo de Gabriela Mistral, proveniente quizás de su admiración por los escritores Gabriel D’Annunzio y Federico Mistral.

1915

Publica en la revista Ideales su poema «Pinares», escrito a raíz de una visita realizada a Concepción, cuyo paisaje deja una profunda huella en la poetisa: «La montaña tiene / el pinar vestida / como un amor grande / que cubrió una vida […] El viento reposa / y el pinar se calla, / cual se calla un hombre / asomado a su alma. // Medita en silencio, / enorme y oscuro, / como un ser que sabe / del dolor del mundo».

Prosigue el descubrimiento de autores que influirán en su obra: Maeterlinck, Amado Nervo, Romain Rolland y Tagore. Ve publicadas muchas de sus composiciones en este año: «Los sonetos de la muerte» salen a la luz en la editorial Zig-zag, «La maestra rural» en la Revista deEducación Nacional y poemas como «Plegaria por el nido» o «La prevención» en las páginas de las diferentes revistas con las que colabora la autora. En esta época mantiene correspondencia con Manuel Magallanes Moure. El género epistolar será de gran importancia en la trayectoria de la poetisa, ya que a través del mismo desnuda su alma, muestra su lado más humano, su sensibilidad, sus anhelos y frustraciones.

1916

El profesor, abogado y político Pedro Aguirre Cerda entra en la vida de Gabriela Mistral, convirtiéndose en su amigo y protector.

1917

Es incluida en la antología de poetas chilenos Selva lírica, preparada por Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya. Poemas como «Los sonetos de la muerte», «La maestra rural» y «El ruego» son escogidos por los antologistas para celebrar la nueva voz poética que se alza esplendorosa.

1918

Pedro Aguirre Cerda nombra a Gabriela por medio de un decreto directora del liceo de niñas de Punta Arenas. La labor que desarrolla al frente de su nuevo cargo es importantísima: establece la escuela nocturna para personas adultas que no han podido estudiar, favorece la creación de bibliotecas, dicta conferencias, etc. En este lugar, distante y desolado, se reencuentra, una vez más, con la maravillosa naturaleza del país austral, lo que le permite escribir «Paisajes de la Patagonia», poemas que incluirá dentro de su primer libro: «Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; / miro crecer la niebla como el agonizante, / y por no enloquecer no cuento los instantes, / porque la noche larga ahora tan sólo empieza».

1919

El paisaje y la indómita naturaleza atrapa a la autora, quien disfruta de largos paseos y no cesa de recoger en su cuaderno el nombre de los pájaros y de las plantas, así como los cuentos que la gente del lugar le relata, lo que irá convirtiendo en materia poética. La muerte de Amado Nervo golpea duramente a Gabriela, para quien el poeta era uno de sus autores favoritos. De ese pesar deja testimonio en su poema «In memoriam»: «Amado Nervo, suave perfil, labio sonriente; / Amado Nervo, estrofa y corazón en paz: / mientras te escribo, tienes losa sobre la frente, / baja en la nieva tu mortaja inmensamente / y la tremenda albura cayó sobre tu faz».

1920

La importante labor educativa de Gabriela la lleva hasta Temuco, donde es requerida para mejorar el liceo de la región. Allí se encuentra con el joven Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, conocido más tarde en las letras universales como Pablo Neruda. El gran poeta chileno siempre reconocerá la importancia del magisterio recibido de Gabriela, a la que dedica unas cálidas palabras en su libro de memorias Confieso que he vivido: «Por ese tiempo llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo. Era la nueva directora del liceo de niñas. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves de Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral […]. La vi muy pocas veces. Lo bastante para que cada vez saliera con algunos libros que me regalaba. Eran siempre novelas rusas que ella consideraba como lo más extraordinario de la literatura mundial. Puedo decir que Gabriela me embarcó en esa seria y terrible visión de los novelistas rusos y que Tolstoi, Dostoievski, Chejov… entraron en mi más profunda predilección. Siguen acompañándome».

 

1921

Abandona Temuco y marcha hacia Santiago para dirigir el Liceo nº6 de niñas. Por esta época contacta con el escritor costarricense Joaquín García Monje, quien dirige la revista Repertorio Americano, de la que Gabriela pasa a ser colaboradora habitual.

1922

El gobierno mexicano ofrece a la poetisa participar en el programa educativo dirigido por el filósofo y ministro de educación, José Vasconcelos. Gabriela acepta el ofrecimiento y parte con Laura Rodig, que la acompaña en calidad de secretaria. En México es recibida por el poeta Jaime Torres Bodet y por la también maestra Palma Guillén, a quien más tarde dedicará su libro Talacomo reconocimiento a la profunda amistad que surge entre las dos. La escritora recibe un cálido homenaje a su llegada en el parque Chapultepec, donde no solo le esperan las autoridades del país sino también numerosos niños que la aclaman. Durante esta época Gabriela recorre el México rural y se gana el cariño de los lugareños, quienes aprecian su bondad y sencillez: «Esto en donde no estoy, / en el Anáhuac plateado, / y en su luz como no hay otra / peino un niño de mis manos. // En mis rodillas parece / flecha caída del arco, / y como flecha lo afilo / meciéndolo y canturreando […] Me miran con vida eterna / sus ojos negri-azulados, / y como en costumbre eterna, / yo lo peino en mis manos».

Por iniciativa del crítico español Federico de Onís es publicado el primer libro de la poetisa, Desolación, en la editorial que posee el Instituto de las Españas de Nueva York. La obra está dedicada a Pedro Aguirre Cerda, figura esencial en la trayectoria de la poeta, y a Juana de Aguirre. El poemario se cierra con un «Voto» en el que la autora declara: «Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen también. / En estos cien poemas queda sangrado un pasado doloroso, en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme».

La estructura del poemario —que se encuentra dividido en las secciones «Vida», «Escuela», «Infantiles», «Dolor» y «Naturaleza»— nos permite apreciar que muchos de los temas mistralianos aparecen ya esbozados en este primer libro. El título de la obra describe un paisaje desolado que coincide con el estado psicológico de la autora: «La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde / me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. / La tierra a la que vine no tiene primavera: / tiene su noche larga que cual madre me esconde. // El viento hace a mi casa su ronda de sollozos / y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. / Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, / miro morir inmensos ocasos dolorosos

1924

Abandona México, país que le deja un recuerdo imborrable. Las autoridades educativas le erigen un monumento como reconocimiento a su labor en estos dos años. Desde México se dirige a Estados Unidos, donde dicta conferencias en diversas universidades norteamericanas. Luego recorre Francia, Suiza —lugar en que se entrevista con Romain Rolland—, España e Italia —donde conoce a Giovanni Papini—.

Su segundo poemario, Ternura, es publicado en Madrid por la editorial Saturnino Calleja. El libro aparece dedicado a su madre y a su hermana Emelina. El acento poético de Gabriela cambia en este libro, que versa sobre los niños y el mundo que los rodea.

1925

Regresa por barco a Chile y realiza escalas en Brasil, Argentina y Uruguay, lugares donde es homenajeada. Vuelve a La Serena, donde se dedica a cuidar de su madre. Como reconocimiento a su labor docente el parlamento chileno le concede una pensión de jubilación. La Sociedad de las Naciones aprueba su ingreso en el Instituto de Cooperación Intelectual, en el que representa oficialmente a Latinoamérica.

1926

Parte rumbo a París para desempeñar el cargo de consejera del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, lo que le permite entrar en relaciones con personalidades de la época: Henri Bergson, Madame Curie, Paul Valéry, George Duhamet y Francois Mauriac, entre otros. En Chile sale a la luz la tercera edición de Desolación.

1927

En París conoce a algunos de los intelectuales más relevantes del momento, como Paul Rivet o Miguel de Unamuno, quien en ese momento se encuentra desterrado en la capital francesa y de quien dirá Gabriela: «Dos o tres años quedó vacante su cátedra de griego en Salamanca. Yo espero, para guardarlo entre los pocos hechos limpios de nuestro tiempo, el ejemplo de esos profesores españoles que dos o cuatro veces leyeron la convocatoria a concurso para reemplazar a su sabio y no se presentaban, haciendo fracasar el concurso […]. Pero al fin se halló un candidato y, por desgracia, fue un cura. La plaza se llenó: ¡pobre profesor con semejante sombra a su espalda en el pupitre!».

Acude a Italia para participar en un congreso de maestros. Posteriormente viaja a Ginebra para asistir al congreso de protección de la infancia. Es nombrada miembro, junto a Alfonso Reyes y Alcides Arguedas, del comité editorial de la Colección de Clásicos Iberoamericanos, organizada por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual con el propósito de dar a conocer a los lectores de habla francesa los escritores hispanoamericanos de más renombre, como Rubén Darío y José Martí.

1928

Participa en la Primera Conferencia Internacional de Maestros, que tiene lugar en Buenos Aires, con un texto titulado «Los derechos del niño». Adopta a su sobrino Juan Miguel Godoy Mendoza, de cuatro años de edad —al que cariñosamente llamará Yin Yin—. El niño era hijo de su hermanastro Carlos Miguel Godoy y de una maestra española que este había conocido en la Península, cuando viajó a alistarse como voluntario en la Legión Extranjera. Muerta su madre a causa de la tuberculosis, el niño pasó a manos de Gabriela. A través del artículo «La cacería de Sandino» la escritora toma partido por el rebelde nicaragüense y contra la política intervencionista de Washington ejercida contra Nicaragua: «Mister Hoover ha declarado a Sandino “fuera de la ley”. Ignorando eso que llaman derecho internacional, se entiende, sin embargo, que los Estados Unidos hablan del territorio nicaragüense como del propio, porque no se comprende la declaración sino como lanzada sobre uno de sus ciudadanos».

Representa a Chile y Ecuador en el Congreso de la Federación Internacional Universitaria de Madrid. Por iniciativa del Consejo de la Sociedad de las Naciones acepta un cargo en el Consejo Administrativo del Instituto Internacional de Cinematografía Educativa, institución con sede en Roma. Su primer proyecto al frente de este cargo será la filmación del cuento de Perrault La bella durmiente del bosque.

1929

La poeta sigue viviendo en Europa. Representa a Chile en Madrid, en el Congreso de Mujeres Universitarias. En esta ciudad recibe la noticia de la muerte de su madre, Petronila Alcayaga Rojas, en la población de La Serena, cuya pérdida sume a Gabriela en una profunda tristeza: «Madre mía, en el sueño / ando por paisajes cardenosos; / un monte negro que se contornea / siempre, para alcanzar el otro monte; / y en el que sigue estás tú vagamente, / pero siempre hay otro monte redondo / que circundar, para pagar el paso / al monte de tu gozo y de mi gozo».

Un nuevo revés golpea a Gabriela: el Gobierno de Chile le retira su sueldo de maestra y se queda en Italia sin recursos económicos. Paradójicamente, este percance se convierte en un beneficio para su obra, que se incrementa notablemente al verse obligada a mantenerse dictando conferencias y publicando artículos y ensayos en periódicos y revistas. Poemas suyos son incluidos en la Antología de poetas hispanoamericanospreparada por Alice Stone Blackwell para una editorial de Nueva York.

1930

Colaboraciones de la autora se suceden en las más prestigiosas revistas y suplementos literarios del mundo hispano: El Universal de Caracas, el ABC de Madrid, La Nación de Buenos Aires, El Mercurio de Santiago y el Repertorio Americano de San José publican sus artículos y sus famosos «Recados», poemas que serán recogidos más tarde en su libro Tala. Realiza su segundo viaje a Estados Unidos invitada por la Universidad de Columbia. A lo largo de un semestre dicta cursos de literatura e historia hispanoamericana en Barnard College y en Middlebury College.

1931

Viaja a Puerto Rico invitada por la universidad de la isla. Recorre las Antillas, el Caribe y los países centroamericanos. En la República Dominicana, Cuba, Panamá, El Salvador, Costa Rica, Guatemala —donde recibe el doctorado honoris causa— es recibida con honores por las universidades y la intelectualidad de los distintos países.

1932

El Gobierno chileno otorga a la escritora un cargo consular, siendo destacada a Nápoles, donde no podrá desempeñar sus funciones por impedírselo el gobierno de Mussolini, que confina a la poetisa en arresto domiciliario en Roma. Gabriela será la primera mujer chilena que disfrute de un cargo diplomático, si bien el puesto asignado no es de los más altos dentro del escalafón diplomático; sin embargo, el salario le permitirá vivir dignamente y solventar sus preocupaciones económicas.

1933

Llega a Barcelona, donde recibe una nueva invitación de la Universidad de Puerto Rico para dictar una serie de conferencias. El Gobierno chileno destaca a Gabriela Mistral en Madrid.

1934

Visita diversas ciudades españolas: Málaga, Mallorca y Barcelona. La Secretaría de Educación de La Habana edita su conferencia La lengua de Martí.

1935

El Gobierno chileno aprueba una ley especial por la que se le concede el cargo consular de modo vitalicio, iniciativa promovida por un grupo de intelectuales europeos entre los que se encuentran Miguel de Unamuno, Romain Rolland, Ramiro de Maeztu y Maurice Maeterlinck entre otros. Desavenencias surgidas con los intelectuales españoles la llevan a abandonar pronto el país y a establecerse en Lisboa.

1936

La época vivida en Lisboa es, para Gabriela, feliz, tranquila y de gran producción. En suelo lusitano escribe la serie de poemas llamada «Saudade», que aparecerá incluida más tarde en su libro Tala. Dicta conferencias y colabora en las principales publicaciones portuguesas. Estalla la Guerra Civil española, acontecimiento que la golpea profundamente. Se desplaza a París para formar parte de las reuniones del comité de publicaciones de la Colección Clásicos Iberoamericanos.

1937

Continúa en Portugal desempeñando el cargo consular asignado. Realiza viajes a Francia, Dinamarca y Brasil. Su vinculación con el Comité de Cooperación Intelectual le permite prestar ayuda a los profesores españoles que han dejado el país huyendo de la guerra.

1938

Publica Tala, su tercer poemario. La poeta destina los derechos de autor a los niños españoles víctimas de la guerra civil. Tala es un nombre alegórico que simboliza la cosecha, unos poemas que están esperando a ser recolectados. En esta obra la poetisa quiere entregarse a los niños, a la tierra. En el libro, además, aparece por primera vez su voluntad americanista, su intención de cantar al gran continente al que pertenece, la importancia concedida al mestizaje y al elemento indigenista en el que ella misma se reconoce: «En el campo de Mitla, un día / de cigarras, de sol, de marcha, / me doblé a un pozo y vino un indio / a sostenerme sobre el agua, / y mi cabeza, como un fruto, / estaba dentro de sus palmas. / Bebía yo lo que bebía, / que era su cara con mi cara, / y en un relámpago yo supe / carne de Mitla ser mi casta».

Recorre Uruguay y Argentina. Permanece una temporada en Buenos Aires, invitada por su amiga Victoria Ocampo. Luego de trece años sin pisar suelo chileno regresa a su país, donde es recibida calurosamente y homenajeada por las principales instituciones y por la intelectualidad. Para Gabriela el reencuentro con los paisajes de su infancia resulta muy emotivo. Tiene la oportunidad de visitar nuevamente su adorado valle de Elqui. La comunión con la bella naturaleza de su querido Chile le inspira poemas como «Volcán Osorno» y «Lago Llanquihue»: «Bebo quieta lo que me das, / igual que bebe, curvado, el ciervo, / bebo pausada, regustándote, / bebo y sólo sé que te bebo […] Lago de Llanquihue, arcángel / que se me da prisionero, / gesto que mi antojo sirves, / abajadura del cielo, / doblada y caída, no hablo, / cegada de sorbo ciego, / y de ser tuya nada digo: / te bebo, te bebo, te bebo».

Prosigue su derrota por tierras hispanoamericanas. Viaja por Perú, Ecuador y Cuba. En las principales ciudades de estos países dicta conferencias: en Lima sobre O’Higgins, en Guayaquil sobre Juan Montalvo, en La Habana sobre José Martí.

1939

Realiza su tercer viaje por Estados Unidos. Parte rumbo a Francia, concretamente a Niza, para desempeñar sus funciones consulares. Comienza a hablarse de la candidatura de Gabriela Mistral al Premio Nobel, campaña encabezada por la escritora ecuatoriana Adelaida Velasco Galdós y respaldada por los más destacados intelectuales latinoamericanos del momento.

1940

En Francia se prepara una antología de su obra que irá acompañada de un prólogo de Paul Valéry. Este prologuista no satisface a Gabriela, quien considera que Valéry, pese a ser un hombre de cultura sólida, es incapaz de captar la esencia de la literatura hispanoamericana, situación que había dejado patente en su prólogo a la edición de la obra de Mariano Brull. Por orden de la autora se paga a Valéry el prólogo realizado y se encarga otro a Miomandre. Para huir de la guerra solicita ser trasladada a Brasil, adonde viaja con su sobrino Yin-Yin.

1941

Desde Niteroi, Gabriela marcha a Petrópolis, ciudad próxima a Río de Janeiro. En este lugar entabla contacto con el escritor judío de origen austriaco Stefan Zweig y su esposa, quienes huyendo de los horrores de la guerra y de la persecución nazi se habían refugiado en el país sudamericano. Las visitas de la escritora al matrimonio Zweig son frecuentes y nace de ellas una profunda amistad.

1942

Ante la amenaza inminente de ser entregados a los nazis, Stefan Zweig y su mujer se suicidan, lo que constituye un tremendo golpe para Gabriela. Fruto de este dolor será el artículo «La muerte de Stefan Zweig», en el que la poeta recuerda la última conversación que mantuvo con el escritor austríaco y realiza una semblanza del personaje: «Porque no sabemos todo lo que este hombre padeció desde hace unos siete años, desde que el escritor alemán fiel a la libertad pasó a ser bestia de cacería. Su sensibilidad superaba a la mostrada en sus libros […]. Su repugnancia a la violencia era no sólo veraz: era absoluta. Le importaban todos los pueblos y se había apegado muchísimo a los nuestros».

1943

La muerte vuelve a sacudir los pilares de la existencia de la poetisa: su sobrino Yin Yin se suicida con arsénico. La poesía vuelve a ser el cauce en el que podrá verter tanto dolor: «Todavía, Miguel, me valen / como al que fue saqueado, / el voleo de tus voces, / las saetas de tus pasos / y unos cabellos quedados, / por lo que reste de tiempo / y albee de eternidades. // Todavía siento extrañeza / de no apartar tus naranjas / ni comer tu pan sobrado / y de abrir y de cerrar / por mano mía tu casa».

1944

Continúa colaborando en prestigiosas revistas y periódicos del ámbito literario, en los que publica ensayos y poemas. Prosigue la campaña en favor de su candidatura al Premio Nobel, durante la cual se traduce su obra en el país nórdico.

1945

A sus 56 años recibe el Premio Nobel de Literatura, noticia que conoce por el embajador sueco en Brasil. Viaja hasta el país nórdico en barco para recibir el galardón de manos del monarca sueco. Es la primera vez que un escritor latinoamericano es reconocido con tan alta distinción. En su discurso ante la Academia Sueca declara: «Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América Ibera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura. El espíritu universalista de Alfred Nobel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur del continente americano tan poco y tan mal conocido».

1946

A partir de este momento los reconocimientos se suceden de manera continua: Francia le concede la Legión de Honor, Italia el doctorado honoris causa de la Universidad de Florencia, y Cuba la medalla Enrique José Varona de la Asociación Bibliográfica y Cultural de Cuba. Sus funciones consulares la llevan hasta Estados Unidos, al ser destinada a Los Ángeles. En Francia se editan dos antologías de su obra.

1947

Recibe del Mills College de California el doctorado honoris causa. Celebra recitales de poesía en la Universidad de California, dicta conferencias en distintas universidades del país. En este año fallece su hermana Emelina. La escritora reside en California, donde goza de paz y soledad para proseguir su creación poética. Traba una sólida y profunda amistad con el escritor alemán Thomas Mann, quien cuando deja Estados Unidos para regresar a Alemania cede su secretaria, Doris Dana, a la escritora chilena. Desde entonces Doris acompañará a la escritora hasta el final de sus días. El paisaje californiano impregna la poesía de Gabriela: «Llama de la California / que sólo un palmo levantas / y en reguero de oro lames / las avenidas de hayas: / contra-amapola que llevas / color de miel derramada. // La nonada por prodigio, / unas semanas por dádiva, / y con lo poco que llevas, / igual que el alma, sobrada, / para rendir testimonio / y aupar acción de gracias».

1948

Abandona California y parte rumbo a México, lugar en el que deberá desempeñarse como cónsul. Vive en Veracruz, donde recibe las visitas de viejos y entrañables amigos como Palma Guillén —a la que había dedicado Tala— y el humanista Alfonso Reyes, del que destaca «ser un hombre salido de nuestra América sin los defectos del hombre de nuestros valles: la vehemencia, la intolerancia, la cultura unilateral […]. Mucho enriquecimiento le ha venido de los tres contactos mayores que se ha dado a sí mismo: el inglés, el español, y el francés. Cavando en uno solo de esos suelos, por mucha suerte que tuviese en la cava, se le hubiesen quedado perdidos muchos hallazgos».

1949

La escritora apoya la candidatura de Alfonso Reyes al Premio Nobel de Literatura. Prepara un nuevo poemario centrado en la naturaleza chilena, paisajes de su infancia que nunca le han abandonado, lugares recorridos a lo largo de su vida que han impregnado toda su creación. La salud de Gabriela comienza a resentirse.

1950

Abandona México para regresar a Estados Unidos. En Washington recibe el Premio de la Academia Norteamericana de la Historia Franciscana, que reconoce su contribución a la cultura. Es destinada a Nápoles para ocupar el consulado de Chile en esta ciudad.

1951

Recibe el Premio Nacional de Literatura de Chile, cuya dotación destina a los niños sin recursos que viven en el valle de Elqui. Los problemas de salud persisten, la diabetes afecta su capacidad visual y su cansado corazón comienza a resentirse. Magallanes, la ciudad donde enseñara la escritora, decide rendir homenaje a su figura encargando una estatua suya a la escultora Laura Rodig. El gran cariño despertado por Gabriela hace que los niños pidan copias de la estatua a la escultora que, en broma, les dice que lo haría encantada de tener suficiente bronce. A los pocos días Laura Rodig recibe la visita de la policía en su taller, acusándola de incitar a los niños al robo.

1952

Continúa en la preparación de su libro Poema de Chile, para el que se documenta leyendo numerosos libros sobre la flora y fauna del país.

1953

Viaja nuevamente a Estados Unidos, donde es designada cónsul en Nueva York. Sus problemas de salud se agravan. Desde allí viaja a Cuba para tomar parte de la conmemoración del centenario del nacimiento de José Martí. Ofrece un recital poético en el Ateneo de La Habana, cuya presentación corre a cargo de Dulce María Loynaz.

1954

La Universidad de Columbia otorga a Gabriela Mistral el doctorado honoris causa por su brillante trayectoria y su contribución a la literatura. Viaja a su país natal luego de 16 años de ausencia. La Universidad de Chile le concede el doctorado honoris causa. Ofrece un recital poético en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde es aclamada por sus compatriotas. Lagar, su cuarto poemario, es publicado por la editorial chilena Pacífico. Gabriela se siente satisfecha con esta publicación por ser la primera vez que uno de sus poemarios es lanzado en su Chile natal. El título muestra la voluntad de la autora de volver al mundo rural, pero ya desde la serenidad que ha alcanzado su voz, que incluso se muestra reconciliada con la muerte.

1955

A su regreso a Estados Unidos su salud se ve seriamente debilitada. Acude como invitada de honor de la ONU a la celebración del séptimo aniversario de la promulgación de la Declaración de los Derechos Humanos, celebrada en Nueva York.

1956

Participa en el que será su último acto público: el encuentro de la Unión Panamericana en Washington. Los médicos diagnostican a Gabriela cáncer de páncreas. El Gobierno chileno aprueba conceder a la poeta una pensión vitalicia.

1957

El estado de salud de la poetisa empeora gravemente. Tras ser internada en el hospital comienza su agonía, hasta que en la madrugada del jueves 10 de enero, mientras la ciudad de Nueva York es cubierta por un espeso manto de nieve, muere. Las palabras de su poema «La extranjera» adquieren más relevancia que nunca: «Vivirá entre nosotros ochenta años, / pero siempre será como si llega […]. Y va a morirse en medio de nosotros, / en una noche en la que más padezca, / con sólo su destino por almohada, / de una muerte callada y extranjera».

Tras conocer la noticia de su fallecimiento la ONU interrumpe la sesión que estaba celebrando para rendir tributo a la memoria de esta gran poeta. Los homenajes a su memoria se suceden por todo el mundo: Francia, España, Estados Unidos, Suecia, Líbano… y toda Latinoamérica honran su persona y su obra. Los restos de Gabriela son trasladados a su Chile natal. Se decretan tres días de luto oficial y multitud de personas le rinden el último homenaje. Gabriela es enterrada en Santiago, con el hábito de San Francisco según su deseo, mientras se construye su panteón. En su testamento lega los derechos de sus obras publicadas en el hemisferio sur a los niños pobres de Montegrande, los relativos a las obras publicadas en el hemisferio norte a Doris Dana y a Palma Guillén, quien a su vez los lega a los niños pobres de Montegrande.

1960

Los restos de Gabriela son trasladados al cementerio de Montegrande, donde, según la claúsula ix de su testamento, quería reposar, en su adorado valle de Elqui, en el pueblo donde pasó su infancia y estudió las primeras letras: «Es mi voluntad que mi cuerpo sea enterrado en mi amado pueblo de Montegrande».

1967

La editorial Pomaire de Santiago de Chile publica su último libro, Poema de Chile, en el que la poetisa había trabajado sin descanso en los últimos veinte años de su vida. En estos poemas Gabriela regresa a su querido Chile, país que recorre a través de sus animales, de sus árboles, de sus plantas, de sus montañas. El libro está estructurado como si de un viaje se tratara, un viaje en el que ella es la guía que va contestando las preguntas de su interlocutor, un niño que simboliza al pueblo chileno y al que ella enseña, como la maestra que siempre fue. El valle de Elqui, su última morada, ocupa un lugar notable en el poemario: «Tengo de llegar al Valle / que su flor guarda el almendro […]. Van a mirarme los cerros / como padrinos tremendos, / volviéndose en animales / con ijares soñolientos, / dando el vagido profundo / que les oigo hasta durmiendo / porque doce me ahuecaron / cuna de piedra y de leño […] y yo me duermo embriagada / en sus nudos y entreveros».